2/10/09

2009

2009



Fueron otros días

pero viven

en algún lugar

de la memoria

Hugo Gola


La pintura dejó de ser una parodia al repetirse en la historia, simplemente, porque después de sus innumerables muertes el único parentesco que le queda con el pasado es exclusivamente formal. La lectura que puede hacerse de una aparente repetición de estilo, o mejor dicho de “movimiento”, ya no es univoca a su supuesto referente.

Cuando el artista reposa sobre su propio lenguaje pasa de una obra derivativa a una personal, única y de características propias, y cualquier intento de “turismo historicista” se disuelve para constituir, como en las telas de Gilda, una obra de plena originalidad.

De cualquier modo la artista no rechaza ni ignora cualquier relación con el pasado que puedan hacerle, pero queda ésta subordinada a un sentido íntimo e inmediato, donde leyes particulares en la construcción de sus trabajos definen su identidad. Pongo por caso mi experiencia frente a sus pinturas, que aún siendo subjetiva, avala el concepto que éstas transmiten.

Lo primero fue sentir perceptible ecos de viejas vanguardias: Futurismo, Goncharova con su rayonismo, la sensibilidad de la materia de Sonia Delaunay o el estudio refinado de color de Josef Albers. Pero a medida que las vamos viendo empiezan a definirse formas o movimientos que sugieren una relación corporal entre el dibujo y la artista. Así imaginamos su brazo extendido para ir de una parte a otra de la tela o el recorrido continuo de una curva acompañada de sus pasos alrededor del cuadro. Entonces una obra acotada e íntima se vuelve expansiva, móvil.

Comienzo a sospechar que esta paradoja se da a partir de un estado de conciencia de la artista que guarda algún secreto, una tarea, u obsesión que se traduce gradualmente en el movimiento. Y en efecto, descubriendo sus palabras me entero que una ancestral acción como la de tejer tiene que ver con sus inquietudes, aun más, con su historia.

La artista dice: “Tejer es una actividad heredara por la humanidad en general y por mí en particular. Yo retomo esa acción y la intento llevar a la pintura”. Para ese intento Gilda recurre a una acción puntual del tejido “el ovillado”. Su consecuencia en sus telas son esas extensas diagonales y curvas, que en una especie de enmarañado va formando espacios geométricos puros (triángulos, cuadrados, rectángulos) que posteriormente seleccionará para llenarlos con colores. Y es aquí donde, a fuerza de sensibilidad, la pintura embiste la superficie y las formas comienzan a albergar colores de una paleta tan sutil como exquisita.

La materia impone sus tiempos, transparencias, empastes, acrílicos y estocadas con óleo se suman para que nuestra mirada se hunda, se disuelva o se demore sobre la superficie. Entonces, desde ahí, desde lo mínimo, percibimos la totalidad, redescubriendo a la composición general como un fragmento de algo más amplio que excede los límites del cuadro.

Una vez más cito a la artista, cuando se pregunta: “¿Hacia dónde continúa la imagen? ¿Hasta dónde? O a la inversa, si me adentro con un zoom en una pintura ¿qué puedo descubrir? ¿La pintura continúa dentro de sí misma? ¿Hasta dónde?”.

Así, en ese ir y venir sobre la superficie y quizás sin saberlo, Gilda también se pregunta sobre un concepto temporal, análogo a un estado de memoria., agregando a estas obras una capa más a la que cada uno pueda seguir descubriendo.

Buenos Aires. Agosto, 2009.

Fabián Burgos